miércoles, 9 de febrero de 2011

Cruel confidencia V


( entrega final )

Me despierto en un puro sobresalto. Las pesadillas me hacían gritar.

El estómago me dice que el momento más duro de mi vida no ha llegado aún. Que llegará cuando el deseo se agote no y me queden ganas de zascandilear.

Desayuno un bull shot bien cargado de vodka. Me confortaba la idea de que hay diosas con tan buenas tragaderas que son capaces de dártelas con un tipejo que sólo sirve para ir a la oficina y al retrete.

¿Qué he de hacer con la tunanta de la habitación 425? Si me tropiezo con ella en medio de un pasillo del hotel, ¿temblara la firmeza de mi decisión? No me será fácil desapegarme de esa pelirroja para siempre jamás amén. No parece,no.

De la carpetilla de mi cuarto viudo de amor, saco una cuartilla con el membrete del “Hotel de La Fenice y Des Artistes”, San Marco, Campiello della Fenice 1936, y escribo:
“Fuiste desleal a tu conciencia, no apostando sólo por el amor que yo te entregaba…”

Ya se sabe que la mejor manera de olvidar a una mujer es hacer literatura con ella. Me suena a Henry Miller.


El resto de mi carta a la infiel eran prosaicas instrucciones sobre el aqua taxi que la depositaría en el aeropuerto Marco Polo aquella misma tarde y su número de vuelo para Madrid. La pasta, como siempre, corría de mi cuenta.
 

( foto de arriba: Wendy Bevan. Abajo: Saul Leiter )

viernes, 4 de febrero de 2011

Cruel confidencia IV


( cuarta entrega )

El problema del pijama era más fácil de solucionar que el peso del recuerdo de su olor de hembra. ¿Por qué me conmueven tantísimo las mujeres fatalmente pelirrojas?

Un billete de cincuenta euros convenció al hombre de la conserjería de que el guión exigía su llamada a la habitación de la infiel mujer de la mata de pelo rojo para pedir, en nombre mío, que recogiera al pronto mi equipaje.

Con otros veinte machacantes más, un mozo transportó mis maletas de la 425 a la 201. En plantas distintas y en alas opuestas. Distancia de seguridad.

En el minibar de mi nuevo cuarto no había ni vodka ni hielo. Opté por beber a morro dos botellines de Beefeater. Me tragué una píldora sedante, lavé mi cara y dientes y soñé con mi patio y mi aljibe y con las trenzas de mi primer amor de rubia trigo.

¿Siempre caeré en los mismos errores? ¿Es que no he de cansarme de desear la fruta del cercado ajeno? ¡Qué ciudad más puta y fría es Venezia!