Narrativa
caribeña a ritmo femenino
Las escritoras Josefina Báez, Mayra
Santos-Febres y Lilian Pallares visitan Madrid
Sus ideas progresistas se salen de los
cánones de la cultura latina más arraigada
Asisten al II Congreso Internacional
sobre el Caribe, en Madrid
CRISTINA ESGUERRA Madrid 27 MAR 2012 (EL PAÍS)
“Yo vengo de una larga
tradición de mujeres escritoras: Rosario Ferré, Giannina Braschi, Ana Lydia
Vega” comienza a explicar la autora puertorriqueña Mayra Santos-Febres.
El boom del cuento caribeño escrito por mujeres ocurre en la
década de los 80. Por lo menos allí es donde lo sitúan Cristina Bravo,
Evangelina Soltero, Paloma Jiménez y Juana Martínez, cuatro profesoras de la
Universidad Complutense de Madrid embarcadas en la épica tarea de recompilar
todos los cuentos escritos por mujeres antillanas.
Desde comienzos de siglo ya
se había dejado sentir la fortaleza de estas mujeres cuyo reto no es solo
aprender a contar una buena historia, sino también evitar la etiqueta que suele
dar a la mujer caribe. “La gente espera que nos dediquemos a parir. Que
tengamos cinco, seis o siete hijos. Tiene que ser una familia numerosa en todo
caso. Se sorprenden cuando digo que no quiero hijos” dice la poeta colombiana
Lilian Pallares. No quieren que se les obligue a ser una sola cosa: “¿Por qué
hay escoger entre ser madre, esposa o escritora? ¿Por qué no todo al tiempo?”,
se preguntan Pallares, Santos-Febres y la performer dominicana
Josefina Báez.
Reunidas en la terraza de
la Casa de
América con motivo del II Congreso Internacional sobre el Caribe, las tres artistas hablan sobre el Caribe desde la
voz narrativa de la mujer. Una voz fuerte pero siempre femenina, que se expresa
con precisión y un ingenio envidiable. Ellas narran la realidad de su pueblo
con la misma naturalidad con que se mueven, y hasta el momento ningún tema ha
tenido las espinas suficientes como para dejarlo de lado.
Al preguntarles por su
concepción del Caribe, Mayra Santos-Febres se adelanta a Pallares y a su amiga
Josefina Báez, y responde: “el Caribe es la misma vaina pero en otra clave”.
Para los que no nacimos con esa clave descifrada el mundo Caribe está rodeado
de misticismo. Idealizamos los colores, nos fascinamos con el vaivén del
movimiento y tendemos a verlo todo con los ojos del realismo mágico. “Pero las
posibilidades del Caribe son tan inmensas –resalta Josefina-, que esa magia se
queda corta”. Con esa frase la dominicana describió la región y la narrativa
que la cuenta.
La tierra golpeada por ese
mar, especialmente en el caso de las islas, es un punto de convergencia entre
la cultura indígena, hispana, africana, francesa, yanqui, inglesa y holandesa.
“Pensar el Caribe en términos de pureza es un sinsentido” afirma Santos-Febres.
Esta multiplicidad exclusiva de aquel lugar ha creado una cultura, un lenguaje
y una historia que exige ser pensada de manera reticular. Santos-Febres hace
patente la particularidad de esta concepción de la historia y del tiempo con la
imagen del árbol: “Los caribeños creemos que en el centro del mundo hay un
árbol sagrado. La forma de las raíces nos permite pensar en la pluralidad de
nuestro pasado, y las ramas que crecen en todas las direcciones son una visión
de nuestro futuro”. Un futuro que, al igual que los orígenes de esta región,
tiene de suyo el tema de la migración.
En esta cultura, en la que
lo único constante es el cambio, la voz de la mujer ocupa un lugar central.
“Desde fuera suele tildarse de machista –dice la puertorriqueña-, pero en
realidad el patriarcado en la zona es muy débil. Los hombres emigraban a otras
ciudades e incluso a otros países en busca de trabajo y la que quedaba para sacar
el país adelante era la mujer. Muchos iban a parar a la cárcel y era la madre
quien se quedaba a cargo de la familia y de la economía de la casa". Ella
llevaba las cuentas y al mismo tiempo era protagonista de la oralidad que ha
sido siempre fundamento del Caribe.
“En países como Puerto Rico
–afirman las cuatro profesoras de la universidad madrileña-, el brillo femenino
llegó incluso a opacar a los hombres. Ellas son más innovadoras, más
provocadoras y más osadas. Han cogido carrera y ahora van por delante de los
hombres”.
De entre el abanico de
posibilidades, como les gusta describirlo a las tres artistas caribeñas, las
raíces africanas suelen resaltar en la narrativa femenina. Algunos cuentos
están impregnados de la magia de la santería y muchos otros se narran a partir
de la creencia vudú. La música también va entretejida en este tipo de
escritura. Varias historias de la reconocida autora puertorriqueña Ana Lydia
Vega van al ritmo de un bolero y cuentan al mundo y a los hombres desde la
perspectiva de una mujer que se ha adueñado de su cuerpo.
En “Letra para salsa y tres
soneos por encargo” escribe Vega: "En la De Diego fiebra la fiesta
patronal de nalgas. Rotundas en sus pantis super-look, imponentes en perfil de
falda tubo, insurgentes bajo el fascismo de la faja, abismales, olímpicas,
nucleares, surcan las aceras riopedrenses como invencibles aeronaves
nacionales".
La voz de la narradora
caribeña se mueve entre “el humor negro, la ironía y la parodia”, dice Bravo
emocionada. Con el ingenio del que hace alarde Vega en la cita anterior, se
burlan de sí mismas y se apropian de la imagen que se tiene de ellas.
Echan mano de los recursos
del lenguaje poético para despoetizarlo. Un lenguaje que, a pesar de estar
ahora impreso, jamás ha olvidado la oralidad. Los cuentos hablan la historia,
la dibujan con palabras que hacen la mezcla cultural tan patente como el color
de piel de las narradoras. Si la expresión lo requiere se pasa
indiscriminadamente del español al inglés e incluso al francés. Todos esos idiomas
les pertenecen y ellas ejercen su derecho a combinarlos. De allí surge una
composición que en el caso de Báez ella se la ha apropiado como dominicanish,
título además de una de sus obras.
En el momento de narrar, se
dan la libertad de, para utilizar la expresión de Pallares, “jugar con el
lenguaje como conchas” para contar historias unas veces inspiradas en las
charlas de los vecinos y otras para dar voz a quienes no la tienen. “Para
contar los silencios” como dijo Santos-Febres. Para escribir de lo que no se
habla.
Son historias reales unas
veces con matices de tristeza y otras con un tono de alegría. Hablan sobre la
migración, la prostitución, la sexualidad, la religión, la historia y la danza.
Relatan el Caribe evitando a toda costa la generalización y el encasillamiento
porque ello les implicaría contradecirse.
Entre todas ellas hay un
vínculo que no repara en la envidia. Se ayudan entre sí, se leen unas a otras y
se invitan a los congresos que se organizan. “La idea es crear una visión
plural –explica Santos-Febres-, si te enamoras de tu propia negritud te
convierten en una pieza de museo. Te paran ahí y comienzan a tomarte fotos.” Lo
de ellas es la complicidad y el apoyo.
“Cuando se habla de escritores hombres siempre se dice
siempre elescritor. Pero si alude a una mujer la expresión es
siempre las escritoras. Nunca se abandona la pluralidad”,
recalca Santos-Febres. En vez de ir contra la corriente intentado cambiar la
imagen que se tiene de ellas, las escritoras caribeñas prefieren apropiársela y
convertirla en fortaleza. Esa es la opción por la que se han decantado siempre.