( ilustración de Scianmarella )
NICANOR PARRA Y
CHILE
“La
izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas.”
Escrito
el año 1972, en plena efervescencia política desatada por el proyecto
allendista de democratización del socialismo: un presidente no impuesto por la
revolución obrera, sino por un proceso electoral burgués, fenómeno que
contradecía toda la historia de acceso al poder de los llamados socialismos
reales, sin duda que desató sospechas y rechazo en el seno de los partidos de
izquierda. Se trataba de una clara ironización, una parodia de los esloganes
que el pueblo gritaba en las calles: la izquierda unida jamás será vencida. Si
a ello se añadía otro artefacto publicado por "El Mercurio" de la
época: "el marxismo ya no da más chispas", era muy fácil acusar a
Parra de payaso de la burguesía. Sin duda que está última se reía a gritos con
el artefacto, pero sospecho, aunque en silencio, lo hacían también algunos
"camaradas". El rechazo, la risa, la complacencia, tenían sin embargo
un fondo común: ponía ante los ojos de todos, lo que iba a conducir al país al
desastre: la perversidad de las exclusiones, las negaciones del otro, la
concepción de la política como guerra. Parra no sólo pone en evidencia la
enfermedad de su época, sino que recoge un sentimiento mayoritario de la
comunidad: no a la guerra, sí al entendimiento. Sintonía admirable con la
conciencia colectiva: inventar un espacio poético a antipoético en que la
reconciliación era posible.
Leer
el artefacto de otro modo, como un chiste, como una provocación a la izquierda,
no tiene otro sentido que la mezquindad y no explica en nada su impacto, su
éxito público.
Aún
más, Parra arremete contra los binarismos perversos de la cultura occidental,
demuele los bloques de oposiciones construidas por las ideologías y los
humanismos escolares, abre una línea de fuga flexible, es decir, un modo de
resistencia a los bloques perversos que obligan al hombre, con mayúscula, a ser
esto o lo otro (Deleuze).
Transformado
el enunciado 30 años más tarde en un artefacto visual: la frase aparece ahora
escrita en un cartón puesto sobre un podio acompañado de una portada de
"El Mercurio" del domingo 4 de marzo del año 2002 en que Joaquín
Lavín y Fidel Castro se dan un caluroso apretón de manos, cambia totalmente de
lectura.
Lo
primero que uno tiende a preguntarse: ¿Es Parra la reencarnación moderna del
oráculo de Delfos?
En
1972 enunció lo que pasaría en el 2002. ¿Vate descarriado, como se apuntaba al
comienzo?
Más
que profecía veo aquí una sintonía con un rasgo también perverso de la época:
su brutal pragmatismo, o si se quiere más líricamente un retrato de la muerte
de las ideologías. No hay aquí una disolución de los contrarios, hay un
entendimiento interesado de ellos. No hay un rechazo de los binarismos, un
reconocimiento del otro, hay, más bien, un acomodo por conveniencia. La fuga,
de la que hablé anteriormente, significa una desterritorialización de los
bloques, cosa que no sucede en el artefacto visual. El territorio Lavín, la
derecha, sólo se ha rozado con el territorio Fidel, la izquierda, sin cambiar
un ápice sus contornos. El apretón de manos no sella otro compromiso que el
dictado por las conveniencias del poder.
Parra
saca a la luz la enfermedad con que comenzó el siglo XXI: una enfermedad
«posmo»: el pragmatismo que quiere hacernos creer que las bipolaridades han
terminado, que ya no hay más izquierdas ni derechas, ni muy pronto habrá ricos
y pobres, basta crecer al 7% anual.
Así,
muchos pueden leer y ver el artefacto y decir: ¿Se dan cuenta? La política dejó
de ser una guerra.
O
bien, las ideologías ya no funcionan. Parra es un genio que anunció 30 años
atrás al cambio, el vuelco total.
En
primer lugar, quienes piensan de este modo pasan por alto la ironía del
artefacto e ignoran que el poeta clásico no sintoniza con lo más inmediato de
la época, porque su papel no es expresarla, sino recoger las energías
dispersas, los flujos emocionales secretos, para inventar así un pueblo que
falta (utilizo una terminología de Deleuze), un pueblo que está enterrado. Y
este pueblo deshermanado sabe muy bien que el cuento de que se terminaron las
contradicciones es una ficción del poder para alcanzar sin problemas sus fines
de dominio.