miércoles, 2 de mayo de 2012

Chile y Nicanor Parra


( ilustración de Scianmarella )

NICANOR PARRA Y CHILE

“La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas.”

Escrito el año 1972, en plena efervescencia política desatada por el proyecto allendista de democratización del socialismo: un presidente no impuesto por la revolución obrera, sino por un proceso electoral burgués, fenómeno que contradecía toda la historia de acceso al poder de los llamados socialismos reales, sin duda que desató sospechas y rechazo en el seno de los partidos de izquierda. Se trataba de una clara ironización, una parodia de los esloganes que el pueblo gritaba en las calles: la izquierda unida jamás será vencida. Si a ello se añadía otro artefacto publicado por "El Mercurio" de la época: "el marxismo ya no da más chispas", era muy fácil acusar a Parra de payaso de la burguesía. Sin duda que está última se reía a gritos con el artefacto, pero sospecho, aunque en silencio, lo hacían también algunos "camaradas". El rechazo, la risa, la complacencia, tenían sin embargo un fondo común: ponía ante los ojos de todos, lo que iba a conducir al país al desastre: la perversidad de las exclusiones, las negaciones del otro, la concepción de la política como guerra. Parra no sólo pone en evidencia la enfermedad de su época, sino que recoge un sentimiento mayoritario de la comunidad: no a la guerra, sí al entendimiento. Sintonía admirable con la conciencia colectiva: inventar un espacio poético a antipoético en que la reconciliación era posible.
Leer el artefacto de otro modo, como un chiste, como una provocación a la izquierda, no tiene otro sentido que la mezquindad y no explica en nada su impacto, su éxito público.
Aún más, Parra arremete contra los binarismos perversos de la cultura occidental, demuele los bloques de oposiciones construidas por las ideologías y los humanismos escolares, abre una línea de fuga flexible, es decir, un modo de resistencia a los bloques perversos que obligan al hombre, con mayúscula, a ser esto o lo otro (Deleuze).
Transformado el enunciado 30 años más tarde en un artefacto visual: la frase aparece ahora escrita en un cartón puesto sobre un podio acompañado de una portada de "El Mercurio" del domingo 4 de marzo del año 2002 en que Joaquín Lavín y Fidel Castro se dan un caluroso apretón de manos, cambia totalmente de lectura.
Lo primero que uno tiende a preguntarse: ¿Es Parra la reencarnación moderna del oráculo de Delfos?
En 1972 enunció lo que pasaría en el 2002. ¿Vate descarriado, como se apuntaba al comienzo?
Más que profecía veo aquí una sintonía con un rasgo también perverso de la época: su brutal pragmatismo, o si se quiere más líricamente un retrato de la muerte de las ideologías. No hay aquí una disolución de los contrarios, hay un entendimiento interesado de ellos. No hay un rechazo de los binarismos, un reconocimiento del otro, hay, más bien, un acomodo por conveniencia. La fuga, de la que hablé anteriormente, significa una desterritorialización de los bloques, cosa que no sucede en el artefacto visual. El territorio Lavín, la derecha, sólo se ha rozado con el territorio Fidel, la izquierda, sin cambiar un ápice sus contornos. El apretón de manos no sella otro compromiso que el dictado por las conveniencias del poder.
Parra saca a la luz la enfermedad con que comenzó el siglo XXI: una enfermedad «posmo»: el pragmatismo que quiere hacernos creer que las bipolaridades han terminado, que ya no hay más izquierdas ni derechas, ni muy pronto habrá ricos y pobres, basta crecer al 7% anual.
Así, muchos pueden leer y ver el artefacto y decir: ¿Se dan cuenta? La política dejó de ser una guerra.
O bien, las ideologías ya no funcionan. Parra es un genio que anunció 30 años atrás al cambio, el vuelco total.
En primer lugar, quienes piensan de este modo pasan por alto la ironía del artefacto e ignoran que el poeta clásico no sintoniza con lo más inmediato de la época, porque su papel no es expresarla, sino recoger las energías dispersas, los flujos emocionales secretos, para inventar así un pueblo que falta (utilizo una terminología de Deleuze), un pueblo que está enterrado. Y este pueblo deshermanado sabe muy bien que el cuento de que se terminaron las contradicciones es una ficción del poder para alcanzar sin problemas sus fines de dominio.