lunes, 31 de enero de 2011

Cruel confidencia III


( tercera entrega )

En el camino de vuelta al hotel, ambos en marmóreo y civilizado silencio, se me hizo evidente la imposibilidad de pasar con ella aquella noche.

Necesitaba estar a solas con mi cabreo. Sentía repulsión hacia ella y su cruel y estúpida confesión. Paré un taxi y pedí a su conductor que acercara a aquella mujer, de pronto tan ajena a mí, al hotel contiguo a La Fenice.

Liberado de la insoportable presencia de Violante, me metí en el lounge bar del edificio Mondadori. Dos vodkas después, la cosa estaba clara.

En recepción pedí otra habitación, lo más alejada posible de aquella que habíamos compartido cuatro noches, con sus madrugadas, sus desayunos y sus apasionadas siestas. Me resulta imposible dormir sin pijama y con recuerdos.

( continuará... )

 

( foto del autor )

martes, 25 de enero de 2011

Cruel confidencia II


( ilustraciones de Anatoliy Kalugin )

( segunda entrega )

De ellas, mutables cual plumas al viento, mi razón no aguardaba sino
unas migajas de calor.
A pesar de ello, jamás me había sido dado imaginar que la hiel de su
confesión fuera tan amarga y tan honda la daga que me rasgó en dos.
En aquella cena en el Harr'ys Bar de Firenze, o quizás en la postrera en
la trattoria Da Ernesto en Venezia, la diosa de la roja mata de pelo rojo,
en el fragor del champagne Taittinger, me invitó a contemplar en
su teléfono de bolsillo una foto de su amante ultramarino.
Airado, rehusé su ponzoña y salí a la puta calle a
llorar un cigarrillo.
( continuará, probablemente...)
 

domingo, 23 de enero de 2011

Cruel confidencia



Durante la cena, a medida en que la noche se cerraba, la dolorosa confidencia
de aquella mujer con roja mata de pelo rojo se iba transformando en cruel
descripción, con pelos y señales, de su infidelidad para conmigo...

( continuará... )

Ilustración de Anatoliy Kalugin

martes, 11 de enero de 2011

La mitad de su vida


( foto M. Yamamoto )

Hac Marín, hermanablemente, me ha regalado por Año Nuevo este fascinador texto:

Aquel transeúnte, despistado como él mismo, caminaba despacito y cuesta arriba por la calle empedrada .

Con una gota de sudor a punto de desbordar la ceja, entrevió las escaleras sin darles mayor importancia; el primer peldaño le pareció algo raro, pero como había quedado con su amante, se apresuró con el resto de la escalinata.

La entrepierna fue la primera parte que contactó con la divergencia, se notó extraño cuando la racha de aire afilado le seccionó mediante mitosis, en dos mitades exactas.

Fue consciente de la división e intuyó que ahora valía la mitad pero, despistado como era, siguió ascendiendo a la pata coja.

Cada parte se separaba un poco más a medida que subía los peldaños, así cuando llegó arriba, apoyó el brazo izquierdo en el alféizar de aquella ventana y comprobó que se notaba más ligero. La vacuna que, a modo de "doblón de a ocho", lucía desde niño en el hombro derecho, ya era recuerdo.

Siguió calle arriba, despreocupado. La mitad de su vida había decidido hacer novillos. Ociosamente, dejó calentar su única mejilla por el sol del atardecer granaíno.