( tercera entrega )
En el camino de vuelta al hotel, ambos en marmóreo y civilizado silencio, se me hizo evidente la imposibilidad de pasar con ella aquella noche.
Necesitaba estar a solas con mi cabreo. Sentía repulsión hacia ella y su cruel y estúpida confesión. Paré un taxi y pedí a su conductor que acercara a aquella mujer, de pronto tan ajena a mí, al hotel contiguo a La Fenice.
Liberado de la insoportable presencia de Violante, me metí en el lounge bar del edificio Mondadori. Dos vodkas después, la cosa estaba clara.
En recepción pedí otra habitación, lo más alejada posible de aquella que habíamos compartido cuatro noches, con sus madrugadas, sus desayunos y sus apasionadas siestas. Me resulta imposible dormir sin pijama y con recuerdos.
( continuará... )
( foto del autor )